Junio se extinguió como las brasas de San Juan. Como el mal estudiante que fue (a pesar de sus excelentes calificaciones), el Profesor Estupefacto se dio un atracón final de correcciones y burocracia y llegó con los deberes hechos justo a fin de curso. Igual que la ola que, tras romper con violencia, se retira lamiendo la orilla, el último par de días se desvanecieron suavemente en despedidas agridulces. Llegó el anhelado reencuentro con los libros desatendidos durante meses, con el tiempo que se desliza a la velocidad de la miel, con proyectos irrealizables y promesas incumplidas. Con los mediodías en silencio, a la sombra.
El PE se despidió de sus alumnos tras un almuerzo. Los adolescentes, aún inmortales, derrochando tiempo a manos llenas como nuevos ricos que ni siquiera saben que lo son. Maravillosos y a menudo temibles. Fue una despedida feliz (no sólo por ser una despedida, mal pensados).
Lyle Mays: August, cortesía de El Profesor Estupefacto
Verano. Tiempo para ser feliz. Sencillamente, tiempo.
¡Genial! Esto es así.